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Termino con la radioterapia pero no, no estoy sana


El pasado viernes 12 de junio fue mi última radioterapia. Pero no fue hasta ayer que tuve cita con el oncólogo para hablar sobre los resultados. Nada más salir de la consulta me puse a llorar. No esperaba que me dijera lo que me dijo.



Quimioterapia, operación y radioterapia. He terminado con tres de los cuatro pasos para luchar contra el cáncer. El oncólogo me revisa el pecho y aunque el área está toda quemada y la cicatriz aún sigue roja él dice “fint” (bien/bonito). Mi piel ha sobrevivido a la radioterapia. “Se ve muy bien”, me dice el oncólogo quien palpa el área en busca de algo anormal, que gracias a todas las diosas no encuentra.



La semana pasada me hicieron pruebas de sangre para saber cómo estaban algunos de mis órganos internos después de haber terminado con la radioterapia. "Todos los resultados de las pruebas de sangre están bien", dice el oncólogo. Yo me alegro y mi pareja también. Hemos llegado un par de minutos tarde porque antes de ir hospital nos detuvimos a comprar café y croissant. El peor servicio que hemos recibido en un 7-eleven. El peor. Por último, hasta nos cobró de más y no hubo forma de explicarle que si la cuenta antes salía 65, ahora que tiene un bollo que cuesta 10 coronas, la cuenta debería de salir 75 coronas. Pues no, la lógica no era lógica para él, su lógica era la que decía la máquina registradora y esa decía 90 coronas. Así que llegamos un par de minutos tarde, con un mal sabor de boca y medio bebiendo el café en el camino.



Después de palparme el oncólogo me pregunta por los síntomas que tengo, me pregunta cómo llevo lo de sangrar la uñas del pie. Me dice que en tres o cuatro meses los síntomas que tengo disminuirán considerablemente. El dolor en las articulaciones, en los huesos, el sangrado del pie, el tener problemas para respirar cuando me agito, todo eso se irá en unos cuantos meses. Pero si toma un par de meses más es totalmente normal. El cuerpo necesita tiempo para eliminar todos los productos y las radiaciones que han sido necesarias para luchar contra el cáncer. Y no hay vitaminas que ayuden. “Tu cuerpo funcionaba bien antes de estar con el tratamiento, cuando el tratamiento se haya ido tu cuerpo volverá a funcionar como antes”, me explica el médico quien me aconseja no abusar con las vitaminas especialmente la A y la D porque el cuerpo trabaja mucho para procesarlas y si se abusa se puede causar el efecto contrario: en lugar de ayudar se está dañando el cuerpo.



Luchar. Luchar contra el cáncer. No se puede decir eliminar. El verbo que se usa es luchar. El tratamiento no lo ha eliminado. No hay garantía de ello. Lo único para lo que ha servido el tratamiento es para tener menos posibilidades de volver a contraer cáncer, para hacer que el cáncer que tenía (y que pasaba los cinco centímetros) no se siguiera extendiendo. “Antes los médicos decíamos después de haber acabado con el tratamiento: Usted ya está sana. Pero ahora por ética profesional -explica el oncólogo- no te puedo decir eso. Porque eso yo no lo sé. Lo que sabemos es que hay casos, sobre todo de gente joven, que vuelve a tener cáncer a pesar de haber terminado con el tratamiento”. No me gusta nada lo que estoy oyendo y quiero tomar mi café aunque ahora esté frío. Tomo un sorbo. “Por eso los controles cada tres meses para detectarlo a tiempo. Por eso debes tomar estas pastillas por 10 años”. El sorbo de café sigue en mi boca, no lo puedo pasar. “Sé que tú quisieras que te dijera otra cosa pero no te puedo decir que estás sana -añade mientras me mira a los ojos-” Un silencio. El café siguen en mi boca, hay un nudo que no lo deja pasar. “Es lo que implica tener cáncer”. El nudo en mi garganta se empieza a hacer más grande, tan grande que no hay espacio para el café. Me levanto y lo escupo en el lavabo como si fuera un vómito de rabia y frustración. Me pongo a llorar. Cojo el papel para intentar secar mis lágrimas, pero sigo llorando. Mi novio se levanta de la silla y pone su mano en mi hombro. Intento calmarme y volver a sentarme. Intento calmarme y seguir escuchando lo que tiene que decir.



El oncólogo dice que hay cánceres que sí que se curan tras el tratamiento, pero no es el caso del cáncer de pecho. Hay tantos cánceres dentro del cáncer de pecho que no es posible categorizar. Pero yo he hecho todo lo que según las estadísticas reduce en un porcentaje alto volver a contraer cáncer. Sigo el protocolo y desde el 18 de junio estoy tomando las pastillas. Cada mañana. Le pregunto por los efectos secundarios del tratamiento hormonal. “Las pacientes han mencionado que tienen bochornos”, me dice. “Yo que pensé que por fin se me irían los bochornos, parece que no, que tendré que seguir con ellos”, contesto con un tono irónico. Todo me parece irónico. La vida es tan irónica a veces.



Mi pareja y yo le preguntamos sobre lo del embarazo. Yo había pensado que cuando se me fueran los bochornos era una señal de que volvería a ser fértil, de que la menstruación me volvería, pero ahora con los bochornos como efecto secundario de las pastillas no sé qué esperar. ¿Volveré a ser fértil? ¿Si no me viene la regla significa que estoy menopáusica? ¿Eso significa que mi útero no podría mantener un embarazo? ¿Quedar embarazada en un año implica los mismo riesgos que un embarazo en cinco años? Por un lado está mi cuerpo y sus hormonas y por otro el cáncer y sus hormonas. ¿Cómo lidiar con ellas?



El oncólogo dice que mientras más años esté tomando las pastillas menos posibilidades tendré de volver a tener cáncer, pero eso no significa que elimino la posibilidad de tener. “De eso no hay certeza. Hay mujeres que al año vuelven a tener cáncer, otras a las cuatro. Hay quienes con un centímetro de células cancerígenas vuelven a tener cáncer y hay quienes como tú tienen más de cinco centímetros y no le vuelve a salir. No hay una regla. Pero en tu caso tenemos que estar alertas porque tu tumor era grande”.



Le cuento que he leído de pacientes que empiezan en un nivel pero cuando acaban al tratamiento vuelven a tener cáncer en un nivel más agresivo. ¿Cuál es la lógica?, pregunto. Me mira como si hubiera hecho la pregunto más rara, como si no supiera qué contestar, me mira fijamente a los ojos. “No la hay”, responde para luego añadir “no la sabemos”. “A veces se ha quedado alguna célula y esta vez en lugar de atacar los órganos, ataca los huesos. ¿Por qué? No lo sabemos”.


El médico contesta todas las preguntas que le hacemos. Todas son desde el punto de vista de un oncólogo. Según un oncólogo es mejor cinco años con pastillas que dos. Pero si quiero un embarazo, es mejor empezar en dos que en cinco. Tengo un mioma que hay que operar, tengo que esperar un tiempo para recuperarme de esa operación, tengo que dejar de usar las pastillas por un tiempo antes de quedarme embarazada, luego el embarazo que no tengo ni idea de cómo será. ¿Hará falta usar el ovario de oslo? ¿Cómo se usa? ¿Habrá tiempo para reimplantarlo y dejar que mi cuerpo lo acepte o será mejor usar los óvulos? Tantas preguntas, tanto que seguir planificando. Pero por ahora es pensar en el presente. Ya he acabado con los tratamientos chungos, ahora son solo pastillas.



“Lo mejor es que te olvides de que estás enferma”, me dice el oncólogo y se pone a rellenar la ficha que me tiene que entregar. Deja de escribir y vuelve a mirarme. “Claro que es difícil hacerlo cuando aún tienes los efectos secundarios, frente al espejo te ves la operación, cada día tienes que tomar las pastillas. Claro, ves las pastillas y sabes que las tomas por el cáncer”. “Lo que digo no tiene mucho sentido, pero entendéis lo que quiero decir, ¿no?”



Mi pareja y yo sabemos lo que quiere decir. Nos hemos convertido en expertos en olvidar que estoy enferma. Pero también nos permitimos estar tristes cuando recordamos que estoy enferma, que tengo cáncer. Salgo del despacho y nada más salir es ponerme a llorar. No estoy sana. Todo lo que hecho para que me digan que no estoy sana. Lloro porque siento mucha rabia. Lloro porque como dice mi chico tener el cáncer es como ganarse la lotería. No le pasa a todas. Sin embargo somos muchas a las que nos ha tocado. Hago mi cola para dejar la ficha que me han dado y para que me den la cita dentro de tres meses.

Nos vamos, salimos del hospital sin lágrimas, contentos de no volver a ver ese hospital en tres meses. ¡Tres meses sin hospital! Es todo un lujo. Nos vamos y pasamos por el 7-eleven. Nos reímos. Hacerse mala leche porque te han servido mal el café deja de tener importancia. Nos reímos. A pesar de la lluvia que no deja de caer en este verano noruego.


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