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Rehabilitación para el cáncer: Un zapato para medir tu vida


Dos años después de haber terminado con el tratamiento contra el cáncer me sumerjo en tres semanas de rehabilitación. Suena raro pero no lo es.


Recuerdo cuando me dijeron que para muchas personas lo peor venía cuando se terminaba el tratamiento. Me parecía ilógico y ridículo. ¿Cómo te puedes sentir mala después del tratamiento? ¿No deberías estar saltando de un pie porque has sobrevivido y por fin dejan de maltratarte con un tratamiento tan agresivo? Pues en parte tenían razón. Durante el tratamiento no vives: sobrevives. Haces todo lo que puedes para que el maldito cáncer no te quite la vida. Pero ese modus no desaparece cuando el tratamiento se acaba. Creo que eso es lo difícil de entender tanto para la paciente como para las personas de su entorno. Cuando sobrevives un accidente de coche a nadie se le ocurre decirte “Qué sano que estás” cuando te dan la alta. No lo dicen porque te ven con la escayola, con las muletas. Se nota que esas vendas ocultan algunos huesos rotos, y los hematomas en tu cara y cuello evidencian que aún falta reposo. Cuando terminas el tratamiento del cáncer, no hay escayola ni vendas ni cicatrices en lugares visibles. Los huesos no están rotos, pero todos tus órganos están dañados. TODOS. Algunos han sido dañados por la quimio. Otros por la quimio y la radio. Pero nadie lo ve. Eso hace que para la gente -paciente incluída- sea difícil de sobrellevarlo.


Fue a través de la médica de cabecera que me apunté a ésta rehabilitación de tres semanas. El centro está en la región centro de Noruega, en un lugar tranquilo y acogedor. Todo es verde como lo es a finales del verano. El/la paciente paga una parte de los gastos y la otra parte corre por cuenta de la seguridad social. Es como un hotel para enfermos. A diferencia de la cama de dos plazas, aquí es una cama reclinable de 90cm. Tiene un sofá cama que viene muy bien para el día de visitas (de las tres semanas un día es para la familia o personas cercanas). Los cursos son de 9 a 15h y luego por las tardes puedes hacer las actividades que te apetezca. El centro tiene piscina, gimnasio, sala de ejercicios y te pueden prestar bicicletas en verano y esquíes en invierno.


Nada más empezar nos dieron una carpeta con los horarios para la primera semana. “Vamos a vivir el aquí y el ahora” dijo con la promesa de que al final de la semana sabríamos el plan para la siguiente. En esa carpeta también estaba un zapato que debíamos colear para saber en qué estaba llegábamos al centro. El zapato tiene varias áreas: estado físico, estado psíquico, familia, vida social, economía, memoria y concentración, dormir, nivel de energía, mi autopercepción, entre otros. Las cuales se pueden pintar de verde (si manejas bien la situación), amarillo (pequeño problema), naranja (problema mediano) y rojo (éste es el gran problema). El objetivo es saber cómo llegamos al centro y qué es lo que queremos mejorar en las tres semanas que estaremos aquí.




Lo comparto porque creo que -indistintamente de si estás pasando o has pasado por el cáncer - todas las personas deberíamos pintar este zapato una vez al año, como mínimo. Es interesante tener un mapa donde veamos cómo estamos llevando las diferentes áreas de nuestra vida. Reconocer las que consideramos difíciles, pero también las que consideramos fáciles, y felicitarnos por todas esas áreas que llevamos super bien. Ya os contaré más sobre las siguientes semanas, por ahora os dejo para que coloreéis vuestro zapato.


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