Mi primera quimio

La primera quimio fue un viernes 12 de septiembre a las 13.30. Fui con mi madre y mi pareja. Nos llevaron a una habitación y prepararon mis venas. Tres bolsitas con veneno. Una de ellas roja. No te preocupes si luego al orinar ves este color, me advirtió la enfermera. Antes de empezar me puso por vena medicamentos que reducirán mis náuseas. Al poco rato empecé a ver borroso, como a cámara lenta. Pero luego mejoró. Dicen que es normal.

Esto es muy sencillo, dijo la enfermera. Primero una bolsita de la quimio, luego otra para limpiar las venas, y luego la siguiente droga. Veneno. Envenenar mi cuerpo. Eso es lo que están haciendo. Empezamos. Con cada bolsita siento como mi mano se van enfriando. Tengo la aguja puesto en la muñeca. La enfermera quería ponerla en la parte posterior de la mano, pero tengo las venas tan hinchadas ahí después de la operación que prefirió buscar un nuevo sitio. Las de los brazos también se ven algo dañadas. Sin duda la muñeca estaba mejor.

La quimio termina. No siento nada. Nada ha cambiado. Me voy. La enfermera dice que controle la temperatura que si tengo 38 grados o más tengo que ir al hospital, pero sino que siga con mi vida lo más normal posible. Con mi madre quedamos en hacernos la siesta y vernos por la noche en un festival de cine corto en Solsiden.

Cuando me despierto de la siesta no noto nada. Al salir a la calle es cuando noto los olores. Huele a comida, le digo a mi pareja. Sí, huele super bien, responde. Apesta, digo sin dudar. El olor es tan intenso, que me da náuseas. Seguimos caminando. Pasamos por dos restaurantes, pero no olí nada. De repente, una pareja pasa con un kebab en la mano. Nuevamente vuelvo a odiar el olor. Todo huele, el mar noruego que no suele oler huele, los perfumes de la gente huelen más fuertes que nunca, las flores que se están muriendo huelen, la tierra mojada huele. Todo huele en mi primera noche con la quimio.

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