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5 de 12 quimios: Cansada de la quimio

  • periodista2014
  • Jan 9, 2015
  • 6 min read

(Foto: Jeanette Mauricio)

El 5 de enero, tuve cita con la oncóloga y luego quimio. Las dos me dolieron. Salí de la cita con la oncóloga toda tranquila, pero fue hablar con la enfermera y romper a llorar. Me tuvieron que llevar a una sala. No me gustó lo que me dijo la oncóloga. Me estoy cansando de todo. De venir al hospital, de los pinchazos para la prueba de sangre, de los pinchazos para la quimio, de estar enferma. De todo. Me estoy cansando.



A veces me olvido que estoy enferma, le digo a mi pareja. Yo también, me responde. Él y yo hacemos nuestra vida lo más normal posible. Pero me canso, y quiero hacerlo todo. Eres ambiciosa -me dice mi chico después de salir de la prueba de sangre el 2 de enero- estoy muy orgulloso de ti. Yo me olvido que estoy enferma y sigo haciendo cosas. Pero venir al hospital me pone mala. Me pone enferma.



Cuando iba a empezar con la segunda quimio tenía sentimientos mezclados. Cuatro quimios más y era momento de operar. Le cogí manía, miedo a febrero. Fue entonces cuando se me ocurrió regalarme el viaje que hace tiempo quería hacer. Una ciudad a la que fui hace un par de años y que me dije que volvería. Mi chico y yo compramos billetes para la semana siguiente de la que sería mi última quimio a mediados de febrero. Esto me ayudó a ver febrero con otros ojos. Me sentía tan motivada. Ya no le temía a febrero. Era un viaje que haría con todo mi cuerpo. Con cada parte en su lugar. Luego ya podrían operar o hacer lo que quisieran. Todo mi cuerpo se merecía unas vacaciones y esa ciudad me las daría. Estaba contenta.



Pero luego decidí hacer la quimio semanal porque me dijeron que tendría menos efectos secundarios. Y entonces las fechas cambiaron. Ahora ya no terminaré la quimio la primera semana de febrero sino la última. Este lunes le preguntamos a la oncóloga si podía viajar como lo tenía previsto, aunque coincidiera entre las dos últimas quimios. Su respuesta fue que no lo sugería. Dijo que tantas horas de vuelo me pueden original cuágulos en la sangre, que para esa fecha puedo estar débil y entonces propensa a infecciones, que no es bueno estar en el extranjero cuando estoy con la quimio…. todo eran malas noticias. Me hizo sentir como si hubiera sido una inconsciente por haber tomado esa decisión. Además dijo que como esta quimio es menos agresiva la operación se programará enseguida. Pero luego dijo que sí podía viajar después de la quimio. Me quedé desconcertada. Luego habló de la operación y dijo que habrá que quitar el pecho sano, que aunque no tengo el gen, la variante que tengo genera una posibilidad que prefieren eliminarla extirpando mi pecho. “Ese te lo pueden reconstruir el día de la operación”, dice.



Yo estoy algo confusa. Tenía mis planes y ahora la estructura que tengo en la cabeza se desmorona. Vuelvo a temer febrero. Me disgusta. Me incomoda. Le pido a la oncóloga que me explique. La cirujana nos dijo - digo y miro a mi pareja quien está sentado a mi lado- que el mismo día la operación se podía reconstruir el pecho, si yo lo quería, pero entonces qué pasa con la radioterapia, no hay ninguna incompatibilidad con eso?


Creo que ha habido un malentendido -dijo- el pecho que se te puede reconstruir en la operación es el sano, pero no el que tiene el tumor. Pero la cirujana nos dijo, respondo mientras miro a mi pareja como buscando que confirme que no soy solo yo quien entendió eso. Mi pareja habla y le explica lo mismo que yo escuché. La oncóloga pide disculpas por el malentendido. El sano se puede reconstruir ahí mismo en la operación, pero el que tiene tumor será mucho después, quizá en dos años, eso se lo dirá la cirujana. Mi pareja pregunta si no es incompatible tener un implante y hacer la radio. Ella dice que la radioterapia es localizada, se dará en la zona derecha por lo que no afecta el implante que estará en la zona izquierda.



Miles de cosas pasan por mi cabeza. Todas son como pequeñas explosiones que van eliminando mis sueños. La idea de amamantar, bum (veo una explosión en mi cabeza como si una dinamita explotara la caja donde guardaba imágenes que había creado sobre mi amamantando a mi futuro hijo/a), desaparece. La imagen del viaje donde viajaría con todo mi cuerpo en una ciudad donde nadie sabe que estoy enferma, donde nadie tiene motivos para verme enferma, donde no hay ningún expediente que diga que estoy enferma bum, desaparece. La imagen que tenía de mi cuerpo, de mis pechos, bum, desaparece.



Son esas mini explosiones las que me llevan a romper en llanto. No controlo nada. Mis sueños son eliminados con una facilidad. Me sigo aferrando a ellos. No quiero más explosiones en mi cabeza. Lloro. Estoy en una habitación con mi pareja y una enfermera. Intento explicar porque estoy llorando. No sé si me entienden. Lloro por el pasado y por el presente. Lloro por ese futuro que creé en mi cabeza para hacer llevadero mi presente y que ahora me lo quitan. Lloro porque recuerdo cuando le decía a mi madre que no se preocupara, que lo importante es que estuviera viva, que solo era un pecho. Ahora a mi me quieren quitar los dos. Y no son solo pechos. Es mi cuerpo. Y tienen una finalidad para quien quiera usarlos: amamantar. Yo quiero dar de lactar. Yo quiero usarlos. Tengo planes para ellos. Lloro porque recuerdo como mi madre sufrió con la reconstrucción. Recuerdo los intentos fallidos, recuerdo el malestar de mi madre, su frustración, recuerdo sus cicatrices, recuerdo sus operaciones, recuerdo la última operación de casi 10 horas. Me recuerdo nerviosa, con miedo de que algo le pase. Recuerdo verla tan frágil al salir de la operación. Lloro. No creo que me entiendan. Lloro.



Es cinco de enero. Yo no soy la única que empieza el año con la quimio. ¿Te parece si te damos la quimio, aquí? -me pregunta la enfermera-, tenemos la sala llena, aquí podrás estar con tu pareja. Le digo que sí mientras me seco las lágrimas. Al rato regresa con las bolsitas de quimio y suero. ¿Te tomaste las pastillas?, me pregunta la enfermera mientras se prepara para inyectarme. Sí, dos horas antes, como ponía el papel, le contesto. A partir de la quinta quimio debo tomar pastillas para evitar náuseas y alergias.



Como siempre miro como introduce la aguja. Prefiero mirar porque si cierro los ojos me imagino cosas y nunca son buenas. Pero esta vez ella introduce la aguja y no sale sangre. Veo la aguja blanca, sin nada, como si la aguja hubiera entrado a un cuerpo muerto, sin sangre. Se está haciendo complicado verte la vena, dice la enfermera. Mueve la aguja y nada. Sigue moviendo. Duele. Desde la quimio anterior me duele cuando me pinchan. Es como si tuviera una herida abierta y me introdujeran algo que tiene alcohol. Arde. Escuece. Mi pareja me dice que lo mire. Prefiero mirarlo. La enfermera sigue buscando la vena. Un par de movimientos más y cree que la ha encontrado. No está segura. La aguja está en mi mano izquierda. Ella mueve mi muñeca. La sangre deja de salir. La vuelve a mover y ahí está la sangre. La supervisora viene y da el visto bueno. Es momento de empezar.


Esta quimio no me ha dolido mucho. Un par de momentos donde vino el dolor a las venas, a los huesos, pero luego se fue. Ni siquiera hizo falta llamar a la enfermera.


Cuando terminamos me quitan la aguja de la mano izquierda, me ponen la gasa y me dicen que apriete. Sé que tengo que apretar porque si no se aprieta por un par de minutos empieza a salir bastante sangre. Aprieto y duele. Mis venas duelen. Aprieto porque no quiero que salga sangre, pero duele. Dejamos al hospital y nos vamos al supermercado, está muy cerca del hospital. Hacemos la compra y pedimos un taxi. Nos vamos directamente a hacer la siesta. Quiero descansar. Mi cuerpo y mi mente lo necesitan. Tengo que reunir fuerzas, esta semana vuelvo a trabajar.

 
 
 

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