8 de 12 quimios: ¿Sentirse bien sin tener el control?
- periodista2014
- Jan 26, 2015
- 5 min read
El 26 de enero es mi octava quimio. Ya va quedando menos. Esta vez quiero llegar temprano. Siempre quiero llegar temprano, pero siempre llego unos minutos después. Esta vez tampoco llegaré antes de las 12:30. Termino con lágrimas en los ojos mientras pago el taxi. ¿Por qué estoy llorando?
A las 11:50 salgo de casa, dispuesta a llegar temprano. Quiero llegar antes de las 12:30. Me he levantado temprano, he organizado todo. He desayunado con calma, con tiempo. Sé que solo tardo media hora en llegar el hospital. Así que salgo diez para las doce. Diez minutos en caminar la cuesta hasta la parada del bus y veinte minutos hasta el hospital. Cuando he bajado la cuesta de mi casa, esa que está con hielo y a la que le viene bien los pinchos en los zapatos para evitar resbalones y caídas, me doy cuenta de que no tomé las pastillas. Sí, esas pastillas que debo tomar dos horas antes de la quimio. ¿Qué hago? ¿Regreso a casa o voy al hospital y les pregunto que hago? No, mejor me regreso a casa y tomo a las pastillas. Pero voy a llegar tarde. De nuevo. Otra vez.
Todas las quimios, pero absolutamente todas, he llegado con minutos de retraso. Bueno, no todas, pero la mayoría. La gran mayoría. A veces llego dos minutos tarde o a veces llego diez minutos tarde. Me he dado cuenta de que sueles llegar diez minutos tarde, me dijo la semana pasada la enfermera. Esta semana no quiero llegar tarde. No lo permitiré.
Regreso a casa. Y mientras voy a la cocina llamo a la compañía de taxis para pedir que venga uno a recogerme a casa. En un par de minutos estará allí, me dice la voz del otro lado del teléfono. Le creo. La parada de taxis está a diez minutos andando. Imagino que en coche solo serán un par de minutos. Tomo las pastillas. Recibo un sms diciendo que he pedido un taxi y me informa de un app que me puedo descargar para próximas veces. Decido bajar la cuesta de mi casa y esperar al taxi allí. Cinco, diez minutos pasan y nada. ¿Os he dicho que la parada de taxis está a diez minutos de mi casa andando? No entiendo por qué aún no llega el taxi. Vuelvo a llamar a la companía para asegurarme de que he pronunciado bien mi dirección en noruego. Sí, lo he pronunciado bien. Dice que en breve llega. Doce y quince, doce y dieciséis. No voy a llegar tiempo, pienso. Otra vez y ésta vez pagando. Una llamada. El taxista diciendo que llega en cuatro minutos. Le digo que lo espero frente al supermercado Rema1000. Creo ingenuamente que así será más fácil para él encontrar la calle y salir directamente para el hospital. Son las 12:20 y él no está donde quedamos. Una llamada. El taxista está en mi casa. Le digo que estoy donde habíamos quedado. Voy para allá, dice.
Estoy en el taxi superenfadada. Le digo que tengo que estar en el hospital a las 12:30 y que creo que no llegaremos. No dice nada, pero noto que pone todo su esfuerzo en hacer el servicio eficientemente. Quiero llorar. ¿Por qué quieres llorar?, me pregunto. No lo sé, me respondo enfadada por tan estúpida pregunta. Quiero llorar. Quiero llorar, pero no lloro. Veo las calles, veo la gente pasar como si nada. Estamos en la zona del hospital. El taxista me pregunta como quiero pagar. Le digo que con tarjeta. Entonces me da la maquinilla para pagar mientras sigue conduciendo, estamos a un minuto de gastrosenteret, que es donde tengo mi cita. Llegamos y le devuelvo la maquinilla. Mis ojos estás con lágrimas. No me atrevo a parpadear. Unos lagrimones podrían caer. Son las doce y media. A correr hasta la recepción de la sección de cáncer. ¿Por qué quiero llorar?, me pregunto y me enfada no saber la respuesta.
Llego al departamento de cáncer. Me dicen que vaya a la sala 23 que espere allí a la enfermera. Cinco, diez minutos no hay señales de ella. Y yo pienso y pienso. ¿Para esto he venido pronto? ¿Para esto he pagado un taxi, para llegar pronto y que me tengan esperando? Quiero llorar. Estoy sola en esa habitación ¿Por qué quiero llorar? ¿Por qué Jeanette? No lo soporto más y vomito pensamientos, frases: Yo quería llegar temprano. Me levanté pronto. Tomé un buen desayuno. Tenía todo planeado. Todo estaba planeado en mi cabeza. Iba a llegar temprano, sin prisas, sin correr. Llegar temprano sin mala conciencia. Iba a llegar temprano, quizá con tiempo para pedir un té o un vaso con agua. Pero no, maldita sea. Malditas pastillas. Me olvidé de las pastillas. Pero ordené un taxi. Quería llegar temprano, iba a llegar temprano. Maldito taxi que tardó 20 minutos en recogerme. Podría haber caminado diez minutos hasta la parada de taxis y coger el primero que viera. Pero no, me creo la más lista y pido un taxi para no perder ni un minuto. Y llego tarde. Llego tarde. Dos minutos tarde. Otra vez. Y está vez me esforcé. Me esforcé. Quería por un día llegar temprano. Antes de la hora acordada. Pero no. No controlo nada. No controlo ni siquiera llegar temprano. No controlo nada. Nada de lo que pasa dentro de mi cuerpo controlo. Ni siquiera lo que pasa fuera. No controlo nada. Y me da rabia y quiero llorar, y quiero gritar. No controlo nada.
A las doce y quince recién aparece la enfermera. ¿Has esperado mucho?, me pregunta. Solo un poco, det går bra, (no pasa nada), le digo y sigo mirando mi móvil. No quiero mirarla a la cara. Sé que merezco que me haga esperar, yo la he hecho esperar a ella otras veces. Voy a por las cosas, me dice la enfermera. Me quedo sola en la habitación pensando en la puntualidad, en por qué siempre llego a tiempo en el trabajo, incluso media hora antes, quince minutos antes; pero con amistades llego tarde, incluso a mi salud llego tarde. Pero al trabajo llego temprano. ¿Es así como priorizo las cosas? ¿Prioridad para gente que no conozco? ¿Menos prioridad para mis amistades, que son personas a quienes estimo? ¿Menos prioridad para mi salud? No, ésta vez quería hacer un cambio. Esta vez quería ser puntual con mi salud. Quería cambiar el patrón. Quería no solo ser puntual con el trabajo sino también con mi salud. Quería llegar a tiempo. Estoy enfadada. Así salgo en todas las fotos que me tomo para registrar esta quimio. Estoy enfadada. Quiero que las cosas salgan como las tengo en mi cabeza. Quiero sentir un poquito de control. ¿Control? ¿Es eso lo que quiero? Sí, es eso lo que quiero. Lo más difícil es sentirme bien sin el control. Quizá sea eso lo que me vendría bien: Sentirme bien sin el control. El sector médico, la ciencia me muestran que no tengo el control. Incluso la companía de taxi me muestran que no tengo el control. Aprender a sentirse bien sin tener el control, esta es la lección que me trae esta octava quimio.
Comments