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Miss Fifty y el efecto tardío de la radioterapia


Pensé que tras terminar el tratamiento mi cuerpo se llenaría de energía. Pensé que cada día sería un poquito más fuerte. Me equivoqué. La lucha contra el cáncer aún tiene consecuencias. Una heroína de ficción me recuerda cómo hacerle frente.



Cuando terminé la radioterapia la radioterapeuta me dijo que las dos siguientes semanas serían las peores, que es cuando el cuerpo se resiente después de tanta exposición. Me sentí algo más cansada y la piel del pecho estaba superdelicada, pero nada más. Intentaba usar cosas sueltas y ni se me ocurría volver a ponerme sujetador. Nada debía presionar o molestar esa área. Nada. Pero ya está lo pasé y pensé que pasadas esas semanas todo era ir cuesta arriba. “Energía ven a mi”, me decía. Sabía que iba a venir sola. La fórmula era simple: Por cada químico que se fuera de mi cuerpo un poco más de energía entraba en él. Así de simple. Así me lo planteé. Me parecía lógico. Era mi lógica.



Como sabéis en mis vacaciones estuve en los países escandinavos. En Finlandia estuve llena de energía. Los últimos días en Suecia noté algo en el cuerpo. Era el último día del festival de música y pensé que iba a coger una gripe porque notaba los pulmones algo sensibles. La gripe nunca llegó. Volvimos a Noruega y tenía cita para una radiografía de los pulmones. La orden la había dado mi oncólogo cuando terminé con la radioterapia porque le dije que me costaba respirar cuando me agitaba y tras la quimio agitar significaba subir escaleras o caminar rápido. Quería saber qué tan afectados habían quedado mis pulmones. “¿Cuándo tienes cita con él?”, me preguntó la radióloga. “En septiembre”, le respondí.


Tocó el siguiente viaje a la cabaña para celebrar los 130 años juntos de la madre y abuela de mi pareja. Cuando llegamos el viernes a la cabaña volví a pensar que la gripe me estaba merodeando. Dolor en el lado derecho de la espalda y pecho. El área donde tuve la radiación. No era un dolor intenso, era una mezcla de malestar como si te hubieras quemado con el sol y como si te hubieran golpeado, como si le hubieran dado una bofetada a mis órganos internos. “He dormido mal”, “Quizá sea la gripe”, pensé. No sería de extrañar con el clima tan raro que tenemos en esta parte de Noruega. Hace poco tuvimos un día que empezó soleado, luego se puso todo gris, al rato empezó a llover, y por si faltaba poco vino una tormenta con truenos y todo, las sillas que teníamos en la terraza fueron arrastradas por el viento y terminaron tumbadas en el jardín, dos horas después el cielo volvía a estar despejado y dejaba ver el sol. Ese es el lugar en el que vivo. Así que no creo que fuera muy disparatado pensar que quizá me iba a resfriar mientras estuvimos en la cabaña.



La semana empezó y era la vuelta al trabajo. El martes 11 de agosto fue mi primer día. El dolor en la espalda ya no era solo en el lado derecho sino que lo sentía en el medio de la espalda, como si me hubieran dado un par de puñetazos. Pero seguí con mi agenda. Reuniones para planear las clases, para aprender qué hacer con alumnos con necesidades especiales, aprender metodologías. Llegaba a casa cansada. El momento en el que ya dejé de ignorar los síntomas fue el viernes 14 tras una mala noche. No pude dormir, me oprimía el pecho, me dolía el pecho izquierdo, ese que estaba libre de cáncer, la piel del pecho izquierdo estaba sensible como si también la hubieran irradiado. Cuando me desperté no podía extender el brazo derecho como ya lo hacía antes. El tendón volvía a tirar de sí como pasó tras la operación. Me dolía mucho la piel de la espalda. No quería levantarme de la cama pero tampoco sabía qué hacer. Me metí a la web de la asociación noruega contra el cáncer donde tienen un chat. La mujer con la que chateé me dijo que podría ser un efecto tardío de la radioterapia. Suele pasar que tras 4 - 6 semanas de terminada la sesión el cuerpo se resiente y se siente peor. “Es un peor que va para mejor”, me dijo. Se pasa y no hay nada que pueda hacer solo relajarme.



Me puse a buscar información online de por qué me estaba pasando eso y encontré lo mismo que me había dicho ella. Hay a quienes acabada la radioterapia el cuerpo se pone malo las dos semanas siguientes y otras lo tienen semanas después de haber acabado el tratamiento. Lo primero que se me pasó por la cabeza es qué mal momento para coger este efecto secundario. ¿Por qué ahora que vuelvo al trabajo y a la universidad? ¿Por qué? Seguí leyendo artículos y me encontré con estudios que demuestran que las personas que han tenido radiación son proclives a volver a tener cáncer. De hecho se considera otro efecto secundario. Lo mismo se repitió en el siguiente y el siguiente artículo que leí. Apagué el ordenador. No quería leer más. Llamé a mi médica de cabecera para que me confirme si esto es solo un efecto secundario o necesito hacer algo más. La secretaria cogió el mensaje y dijo que la médica me llamaría de vuelta. No lo hizo. El sábado 15 me la pasé en casa, con pocas ganas de moverme y con miedo a toser porque sentía que los pulmones podían romperse si lo hacía. Me dolía la piel de la espalda. Mucho más que en el pecho. Estaba cansada como si hubiera venido de una partida de box y me hubieran noqueado con gran ventaja. Lloré porque cáncer todavía está ahí recordandome que pega duro, recordándome que la batalla que hemos peleado no era un juego de niños, era una pelea de peso pesado del que yo soy una inexperta. Lloré porque volvían los temores a encontrarme con cáncer de nuevo. Quizá no en un pecho, quizá en los pulmones que me dan aire para vivir. Lloré porque temía no volver a abrir mis alas y volar. Tengo una lista con cosas que quiero hacer, con cosas que voy a hacer y no quiero que cáncer vuelva a estropearlos.


  • Sobre los porqués y los cómos

Dicen que este fin de semana es el más caluroso del año en Trondheim. Todo el mundo está fuera. Tomando sol, recogiendo bayas, bebiendo, preparando la barbacoa. Yo estoy dentro, bajo techo, evitando que ese sol me toque, que haga que mi piel del pecho o de la espalda se pueda poner más sensible. Es domingo y el sol no deja de brillar en un cielo azul limpio de nubes. Un buen momento para ponerme a leer la novela-cómic que una amiga hermosa me ha mandado desde España: Miss Fifty. Una superheroína nacida del tratamiento contra el cáncer. Ella al igual que yo se lanza mil preguntas que empiezan con un porqué, ¿Por qué ella? ¿Por qué tiene esos superpoderes?. Tras tantos porqués recuerda cuando le contó a su mejor amiga que tenía cáncer. Una mujer a quien su nivel leve de autismo la lleva a ser práctica porque no entiende los sarcasmos ni las ironías. “No pierdas el tiempo con los porqués, lo que ahora importa es cómo sales de esto”, le había dicho. “Eso es”, pensé. Necesito pensar en el cómo. Cómo salgo de esto. ¿Cómo es posible que lo haya olvidado? Me fui al baño a ponerme aloe vera en el la espalda y pecho como lo había hecho cada día que había tenido la radio. Dejé la espalda sin nada que la tocara. Nada. Empecé a buscar información no sobre por qué me pasaba lo que me pasaba sino cómo lo puedo combatir. “¿Cómo salimos de esto?”, esa es la pregunta. Una pregunta que todxs nos hemos hecho pero que a veces olvidamos. Mientras dejo que el aloe vera haga su trabajo y mi cuerpo se recupere sigo metida en las páginas que me llevan de regreso a una Barcelona donde una mujer se convierte en superheroína tras enfrentarse con el peor de los enemigos: cáncer.

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