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Efectos secundarios del tamoxifen


Foto: Jeanette Mauricio

Llevo tomando el tamoxifen desde junio del 2015. Cuando pensaba que ya lo llevaba bien los efectos secundarios del tamoxifen vienen a hacerme una visita.


Hace mucho que no escribo en el blog. Eso es señal de que las cosas iban bien, que iba recuperando la energía, que las sesiones con el psicólogo estaban dando sus resultados, que me sentía super motivada y llena de vida. También hay que decir en esta parte del mundo, donde los inviernos son negros, de verdad, la llegada de la primavera hace que todo el mundo se sienta con más energía. Por fin luz al ir a trabajar y luz al volver. Lo contrario al invierno, cuando a las tres de la tarde estás en oscuridad total.


En mi último control en enero le comenté al oncólogo de un malestar en el pecho. Me dijo que era normal y que ya se iría. No se fue. Pero me acostumbre. No era nada grave. Pensé que los pulmones necesitaban tiempo para recuperarse de la radioterapia. Pero en marzo empecé a notar que el malestar ya no era solo en el pecho. Empezó en las manos. Era el mismo dolor que tenía en mis últimos días de quimioterapia. Como si un gigante me apretara la mano y luego la soltara. Pasaron los días y también me pasaba en los pies, en la pierna, en la espalda, en el pecho, en el omóplato, en los hombros, en la mano de vuelta, en los dedos y así por otras partes del cuerpo. “Es el cambio del tiempo”, me dijo mi pareja. Y le creí. Claro que era el cambio del tiempo. ¿Qué más podía ser?, pensaba.


Las semanas pasaron y los malestares seguían. Me dolía. Un dolor que venía y se iba. Me puse a buscar patrones. ¿Me pasaba más por el día o por la noche? ¿Los días que no bebía mucha agua? ¿Cuándo hacía la compra? ¿Cuándo me agitaba? ¿Cuándo dormía poco? No, no había patrón. El dolor era igual si dormía diez horas que seis, si estaba todo el día en casa relajada o si estaba en el trabajo. No había patrón.


La última semana de marzo ya se le sumó los dolores de cabeza, no eran muy intensos. Venían y se iban. Nada intenso. Llegó abril. Recuerdo el primer domingo de abril. Mi pareja y yo estábamos cocinando. “Creo que me voy a desmayar”, le dije mientras me ponía la mano en la cabeza. Estaba mareada. No me desmayé. La sensación se ha vuelto a repetir, pero no me he desmayado. Es solo la sensación de ligereza y de perder la perspectiva.


Anteayer martes estaba en el trabajo corrigiendo unos textos de mis alumnos. “Cáncer”, era una voz que de repente podía oír en mi cabeza. Lo ignoré y seguí corrigiendo. Un dolor en el ovario izquierdo. “No puede ser”, pensé, no tengo ovario izquierdo (está en Oslo). “Cáncer”, volví a oír nuevamente. Lo ignoré. Seguí corrigiendo. Un dolor en el pecho. “Cáncer”, dice nuevamente el eco en mi cabeza. Y así mientras corregía los textos. Me venían los bochornos, el dolor en partes diferentes del cuerpo. Volvía a leer los textos. Escribía comentarios. Volvía a leer mientras la palabra cáncer navegaba entre los textos. No me podía concentrar. Me sentía agobiada. Me dolía el pecho. Un dolor aceptable. Manejable. Podía respirar, pero es que estaba asustada.


Como por arte de magia la Asociación del Cáncer apareció en mi cabeza. Me conecto al chat que tienen en su web. Le pregunto a la mujer del otro lado de la pantalla si me puede ayudar a entender los dolores que tengo en el cuerpo. “Puede ser que el cáncer ha vuelto?”, escupí la pregunta como si fuera un vómito que llevaba tiempo queriendo soltar. Me dijo que los síntomas que describo de un gigante que me estruja varias partes del cuerpo se relacionan con los efectos secundarios del tamoxifen. “Muchas pacientes describen dolor muscular, hormigueo y a veces también hay dolor de cabeza, ¿te ha pasado?”, me preguntó y entonces lo entendí todo. Me puse a llorar. Ella siguió explicando los síntomas en el chat. Pero yo estaba llorando. ¿Por qué llorar si eso era una buena noticia? ¡No era cáncer! Estaba bien. No era la única. Otras mujeres también habían tenido los mismos síntomas. No tenía motivo para llorar. ¿O sí? Creo que era una mezcla de sentimientos. Por un lado, sentirme estúpida por pensar que tenía cáncer de vuelta; pero por otro lado, sentir que esta pesadilla no ha acabado, que tengo que tomar estas pastillas por diez años. ¡¡¡Diez años!!! ¿Podré vivir con este dolor en la cabeza y en el cuerpo por diez años? ¿Qué vida es ésta? Lloré. Lloré. Mi compañera de trabajo se acercó. Entre ella y la mujer del chat de la Asociación contra el cáncer me tranquilizaron. Incluso hicimos un plan. Llamar al área del cáncer del hospital y preguntar a una enfermera de oncología sobre los efectos del tamoxifen. Y así lo hice. Dijeron que hablarían con mi oncólogo y me llamarían al día siguiente.


No pude esperar a que me llamaran y el miércoles llamé yo de vuelta. La enfermera me dijo que ella tomaría nota de todo, que el tamoxifen tiene efectos secundarios y todo indica que es lo que me pasa. Lo que hizo fue adelantarme la cita que tenía prevista para julio a mayo. “Así vemos si te has acostumbrado o si se han presentado otros cuadros, ¿te parece bien?”, dijo la enfermera quien me aconsejó que de todas formas viera a la médica de cabecera por si hay alguna inflamación que necesite tratamiento.

La semana que viene veré a la médica de cabecera. No sé qué esperar. “Nada es bueno o malo, solo es”, pienso mientras me repito que todo depende de como se mire. Intento calmarme, pensar que todo saldrá bien, que todo está bien, que nada es permanente y que todo cambia. Este dolor se irá. Lo sé. “Todo cambia. Nada es permanente”, me repito.


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